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Meditación de navidad [Jon Sobrino]

JUSTICIA, CONSOLACIÓN Y SHALOM


En nuestra sociedad, occidentalizada, cada vez más globalizada y aburguesada en su ideal de vida, las tradiciones navideñas tienen varios elementos muy conocidos: Santa Claus, luces, árboles, y sobre todo, consumo. No es que todo esté mal, pero esas tradiciones no tienen nada que ver con las tradiciones bíblicas sobre el nacimiento de Jesús de Nazaret.

Por otra parte las tradiciones bíblicas, la esperanza de justicia y reconciliación de los bellos relatos de Isaías, y la esperanza del shalom de las narraciones de san Lucas, tampoco tienen nada que ver con las tradiciones navideñas que hoy imperan.

Por decirlo en breves palabras, el comercio y el consumo navideño, el mundo de los negocios, no tienen nada que ver con la Biblia, que es palabra de Dios, y con a liturgia, que es la celebración de los cristianos.

Que estas cosas puedan cambiar, lo damos prácticamente por imposible y por eso no vamos a hablar más de ello. Pero siempre queda la esperanza de que la palabra de Dios y la celebración de los cristianos nos ilumine y anime.


Justicia. Es necesaria y está enterrada, es nítida y está maquillada. A veces con razones aparentemente buenas: “Hoy basta con hablar de solidaridad”, y a veces con razones claramente malas: “Hablar de injusticia es cosa del pasado”. Y sin embargo, no hay navidad cristiana sin hablar de la palabra de Dios, y  no hay palabra de Dios sin hablar de justicia.

En la liturgia de adviento aparece mucho el profeta Isaías. Precisamente porque Dios se está acercando, Isaías nos dice lo que hay que hacer: “Abran camino a Yahvé. Que todo valle sea elevado y que todo monte y cerro sea rebajado”. Nos dice qué hay que hacer con las “lanzas” -antiguas armas de guerra-, los misiles de hoy: “convertirlos en machetes para trabajar la tierra”. Los salmos nos recuerdan que “la paz y la justicia se besan”, que dejemos de hablar de paz , si no ponemos manos a la obra y construimos un país justo.

Las tradiciones mundanas no saben de estas cosas. Comercio y mercado son dioses, y quiera Dios que no sean ídolos que producen víctimas, apoderándose del dinero de los pobres y adormeciendo a todos.


Consolación. Es sumamente necesaria para las mayorías pobres, sin muchas expectativas de vivir una vida digna, a no ser lejos de su tierra. Entre nosotros la situación no es la misma que aquella en que Isaías escribió el capítulo 40 a un pueblo desterrado en Babilonia, muy lejos de Israel. Pero algo se le parece. Con los ojos puestos en esos desterrados, dice Dios a Isaías: “Consuelen, consuelen a mi pueblo”. Cuánta falta hace hoy. Y qué poco se ve de esa consolación honda, más allá de la palabrería barata de estos días, la de los supermercados y la de los políticos. También la que proviene de casas presidenciales y de monarquías solemnes. Y ojalá no sea barata la consolación que llevamos los cristianos.

También en El Salvador hubo una vez un Isaías que consolaba a su pueblo. Orador y profeta como él, se volcó hacia ese pueblo y lo consoló: “Verán, queridos hermanos, como regresarán los refugiados… Verán como tanta sangre se tornará en vida… Verán cómo sobre estas ruinas brillará la gloria del Señor”. Era Monseñor Romero.

Qué necesario y qué difícil es consolar. Bien está augurar cosas mejores, si los análisis dan para ello, pero es un crimen engañar y jugar con la esperanza del pueblo –pero eso todavía no es consolar. Sólo con credibilidad, con el prestigio que se gana con un amor claro, sin fingimientos, con la decisión de correr riesgos -hasta de la vida- se puede consolar. Ese fue el secreto de Monseñor.


Shalom. Es paz y es más que paz. San Lucas dice que unos ángeles se aparecieron a los pastores y decían: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”. San Lucas escribía en griego y por eso, para hablar de paz usa la palabra eirene que significa ausencia de violencia, de guerra… todo ello muy bueno y necesario. Pero la palabra hebrea es shalom. Significa un bienestar de los seres humanos entre sí, basado en la justicia y la verdad, y que reverbera en fraternidad y gozo. Y no tiene nada que ver con la pax romana, la quietud resignada que producen los imperios.

De este shalom nada dicen y nada saben los supermercados y similares. Algo  -o mucho- puede quedar en algunas tradiciones navideñas de todos los tiempos: el gozo de reunirse en familia. En esos días puede haber incluso signos de reconciliación. Y ojalá se mantenga esa tradición secular que nació mucho antes del árbol de navidad, de Santa Claus y de los supermercados.


Jesús de Nazaret. Desafortunadamente es todo menos obvio mencionar a Jesús de Nazaret en estos días de navidad. Los supermercados no saben que hacer con él, incluso las iglesias -con frecuencia- se quedan en el “niño Dios”, sin añadir que ese niño llegó a ser el Jesús que salió de su casa, se fue al Jordán a escuchar a Juan y apareció junto con el pueblo para ser bautizado, el que anunció a los pobres la venida del reino, sintió compasión por ellos hasta revolvérsele las entrañas, los sanó y los defendió de sus opresores, se enfrentó con éstos y por ello murió crucificado. Y el Padre no le dejó morir para siempre.

Para los creyentes esto es el abece de nuestra fe, pero puede estar inexplicablemente ausente los días de navidad. No así en las tradiciones navideñas de los Evangelios. Jesús de Nazaret no está ausente. En el Magnificat, María preanuncia a Jesús y reza a Dios como él: “Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada”. El anciano Simeón proclama con gozo que ya puede morir en  paz, pues “sus ojos han visto al salvador que iluminará a todos los pueblos”, y añade que será “señal de contradicción” a fin de que “queden al descubierto las intenciones de muchos corazones”. Unas buenas gentes llegan de lejos para ponerse a su servicio, mientras Herodes “manda matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca de dos años para abajo” -increíble relato para tiempos de navidad, piadosa leyenda entonces y cruel realidad ahora en épocas de El Mozote.

Cuando Dios quiere no ser sólo Dios. Los días de navidad son feriados, y ello posibilita el descanso y el acercamiento dentro de la familia. Debiera posibilitar también la reflexión: en definitiva qué somos nosotros si se nos dice que “ese niño es Dios”. La respuesta no es fácil, pues la pregunta introduce a los creyentes en el misterio de Dios. Y a todo el mundo, también a los no creyentes, los relatos de navidad debieran hacerles pensar en qué consiste el misterio de lo humano.

Conocemos a muchos hombres y mujeres concretas, y nos conocemos a nosotros mismos. Sabemos de lo bueno y de lo malo de los seres humanos. Sabemos de sus posibilidades y sus limitaciones. Pero lo más hondo nuestro se nos escapa. Y es que navidad dice que en un ser humano se ha hecho presente el misterio de Dios. “En Jesús ha aparecido la benignidad de Dios”, dice la carta a Tito. Los seres humanos estamos transidos de Dios, somos portadores, en carne, pequeña y limitada, del misterio de Dios.

En dos mil años esto se ha dicho de mil maneras. Decía Karl Rahner que “el hombre surge cuando Dios quiere ser no sólo Dios”. Leonardo Boff dice hablando de Jesús de Nazaret: “así de humano sólo puede ser Dios”. Hoy se ve cómo renace siempre ese misterio de la vida, el misterio de Dios, allí donde hay un gran amor. Estos días lo vuelven a hacer real las cuatro mujeres misioneras de Estados Unidos.

Cada quien sabrá qué piensa del misterio del ser humano, de ser él y ella hombre y mujer sobre esta tierra. Navidad nos invita a pensarnos desde el misterio de Dios. Y esta audacia de los creyentes está posibilitada por una audacia mayor, que es el mensaje de navidad: Dios puede -y tiene que- ser pensado desde lo humano, porque, antes, decidió “empequeñecerse” y mostrarse en un ser humano como todos nosotros, Jesús de Nazaret.


Jon Sobrino, San Salvador (El Salvador)
ECLESALIA, 21 de diciembre de 2005

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