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De modelo de publicidad a sacerdote

Durante años fue el niño más famoso de la televisión, pero lo dejó todo para ir al seminario.


«Abre la boca y cierra los ojos», de los Conguitos; «Me gustan los vaqueros», de la marca Río Grande, o «Ven, ven», de Don Simón, son algunos de los eslóganes que popularizaron conocidos anuncios de la década de los ochenta. ¿Quién los cantó o recitó? Por aquél entonces, un muchacho madrileño, Jorge Molino, que hoy es un sacerdote de 32 años.

Un buen día su vida tomó otro rumbo cuando llamaron a su hermana para hacer un anuncio en televisión y le acompañó. Se fijaron en él porque «al preguntarme qué quería ser de mayor, respondí que toda mi ilusión era ser sacerdote». Desde entonces, comenzó a entrar en las casas de todos los españoles a través de la pantalla del televisor y la prensa. «El primer anuncio que hice fue a los ocho años. En él publicitaba unos zapatos. Después llegó otro de cuentos y más tarde anuncié pizzas». «Me lo pasaba muy bien durante el rodaje de los anuncios, era muy divertido», comenta entre risas. «Uno de mis preferidos es una campaña contra la droga que protagonicé. Los demás eran siempre insustanciales, como por ejemplo el de Coca-Cola, que realicé junto a Luz Casal y en el que salíamos los dos bailando. Esta afición me duró diez años». Con el paso del tiempo, las agencias de publicidad le propusieron ser el protagonista de algunas de las principales marcas como El Corte Inglés o el detergente Bilore.


Fascinado por Cristo.

El éxito y la fama no consiguieron que Jorge hiciera oídos sordos al llamamiento para el sacerdocio que Dios le realizaba. «Nací en una familia muy católica, mis padres supieron transmitirnos la fe a sus cinco hijos», apunta Jorge. Aunque grabar los anuncios ocupaba gran parte de su tiempo, «siempre tenía presente a Dios» y la idea de ser sacerdote «me seguía entusiasmando a pesar del paso de los años. Cristo siempre fue fascinante para mí. Por eso, de pequeño quise ir al seminario menor, pero por más que lloré e insistí, mi padre no cedió», recuerda el antiguo modelo y actor. «El éxito no se me subió nunca a la cabeza», reconoce, «aunque gran parte del mérito es de mis padres».

«Un día hice ejercicios espirituales, a los quince años, con la Milicia de Santa María, movido por la experiencia de un amigo».
De esta forma Jorge comenzó a tener una vida espiritual más intensa en la que buscaba «crecer en la oración y ser mejor cristiano. Mi director espiritual me ayudó muchísimo, me daba estupendos consejos», explica. La vocación de Jorge se hizo realidad cuando terminó el bachillerato, a los 18 años.


Por fin al seminario.

«No fue fácil convencer a mi padre, pero yo quería darle mi juventud a Dios. Y lo más importante: era Dios quien se quería dar a mí, quien quería ofrecerme su intimidad». No le importó dejar atrás su «carrera» de actor, ni que la gente se olvidase de su cara y que no le pidieran autógrafos por la calle, porque lo que deseaba con todas sus fuerzas «era ser presbítero».

Muchos amigos de Jorge no se podían creer «que me fuera al noviciado. ¿Cómo un chico que hace anuncios, que es deportista, que le va bien en todo, puede hacerse sacerdote? Yo sentía con fuerza que Cristo era mucho mejor que todo eso». «Años más tarde, cuando estudiaba en el noviciado de Salamanca y ya formaba parte la Legión de Cristo, el manager me llamó alguna vez», pero siempre se negaba a volver a trabajar, porque «con alegría lo dejé todo y gané mucho más».


Álvaro de Juana, Madrid
LA RAZÓN, 7 de diciembre de 2005

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