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¿Se abrirá un proceso de paz en Euskal Herria? [Jesús Lezaun, sacerdote]

Uno está muy, pero que muy preocupado por si se abrirá por fin el tan anunciado, y tan deseado, proceso de pacificación en Euskal Herria. Un proceso que, como todo el mundo sabe, tendría estos dos objetivos centrales: solución del conflicto político que padece el País Vasco; la pacificación como cese del padecimiento que padece este pueblo en todos sus estratos, y desde ahí la convivencia sosegada y tranquila entre todos sus ciudadanos. A todo esto daría glorioso remate el pronunciamiento que tendría lugar aquí para que Euskal Herria exprese con toda libertad la aprobación, o no, de cuanto se hiciera como expresión de su derecho de autodeterminación sobre lo que quiera ser en su futuro, como sujeto inalienable de todos sus derechos.

A decir verdad, yo soy absolutamente pesimista sobre el particular. Temo, sí, o que fracase del todo el empeño, o que se haga con él una chapuza que nada resuelva, que seamos otra vez, como tantas otras, llevados al huerto queriendo o sin querer.

Ninguno de los estados que dominan y someten a este pueblo fragmentado y dividido, alienado y pisoteado, y los partidos todos estatalistas, con alguna leve excepción, parece tener la más leve voluntad en ello. Todo son, en algunos de ellos, sólo palabras. Pero lo que se dice voluntad de solución del conflicto, consecución de la pacificación justa y leal, reconocimiento del derecho de autodeterminación de Euskal Herria, no se ve por ninguna parte. Ni siquiera se ve esa voluntad en alguno de los partidos importantes de aquí.

Algunos no admiten siquiera la existencia políticamente hablando de este pueblo como pueblo diferenciado, con entidad propia, y con derecho a su propia decisión sobre sí mismo. Otros no admiten que haya conflicto político alguno con los estados que lo dominan. A lo sumo habría una división y una tensión entre sus propios habitantes. Otros, algunos de aquí, se contentan con tan poco que no se le podría llamar verdadero proceso político que nos condujera a una situación distinta de la actual. Les basta con administrar y usufructuar con cierta libertad y autonomía los recursos de aquí, lo que hacen ahora con sosegada complacencia.

¿Para qué, pues, proceso verdadero alguno para solucionar un conflicto inexistente y alcanzar una pacificación que se alcanzaría sin más con el cese de la violencia de quienes no admiten el status quo existente, y reclaman a toda costa otra situación? Aquí, a lo sumo habría, como he dicho ya, un problema de orden público y muy poco más, o una división, falta de entendimiento y lucha entre vascos, a solucionar como se solucionan esta clase de problemas en cualquier pueblo.

En cuanto a la pacificación, la inmensa mayoría de los vascos incluso, y por supuesto todos los españoles y franceses, no admiten más que la existencia de una violencia, la de ETA, y la de los que ellos llaman con harta simpleza sus epígonos, que debería cesar ahora mismo, disolverse ella sin más, y la pacificación se habría alcanzado por sí misma. Para nada admiten la violencia de ningún tipo sobre Euskal Herria por parte de los estados que la dominan, o si la admiten, la consideran de tan baja intensidad como para no afectar al desarrollo que este pueblo puede ir consiguiendo por sí mismo. No hay violencia alguna por parte de esos estados dominantes, ni violencia moral, ni política, ni violencia física, ni legal, y las que puedan existir no serían más que el mero ejercicio de la «vis coactiva» que corresponde en exclusiva a los estados que por su propia naturaleza poseen ese derecho y hasta deber. Hasta la tortura sería justificable para obtener confesiones de los detenidos y evitar así males mayores, o el castigo de los culpables. Ni hay presos políticos, ni la dispersión tiene demasiado alcance, o es incluso en beneficio de ellos, las leyes más represivas son justas y legítimas en el ejercicio del poder por parte de los estados, los tribunales de excepción estarían justificados, por esperpénticas que sean sus acciones. Para mí, y para muchos de este pueblo, todo lo dicho hasta ahora, y mucho más que se pudiera decir, ya es síntoma delator del grave y multisecular conflicto político que sufre este pueblo, y de su inmensa gravedad.

Para ellos aquí sólo hay problemas normales como en cualquier sitio y que se solucionan también con la simple acción policial, jurídica y legal de los casos. Todo les cuadra a las mil maravillas en su raciocinio y valoración política o ética de la situación que exista en Euskal Herria. Por eso la tranquilidad de conciencia y el alarde permanente de quienes ejercen legalmente, que no legítimamente, el poder y la normalidad con que valoran los instrumentos políticos de que se dotan para mantener una situación que para más inri llaman democrática.

Por eso, aunque de boquilla digan lo contrario, de hecho muchos ponen condiciones a la hipotética creación de un proceso que resuelva de una vez la situación en que estamos, que solucione el conflicto, que para algunos no es tan claro que exista, para que así alcancemos de una vez la paz. Si existe un conflicto que provoca situaciones de violencia por todas partes impidiendo la pacificación, no podrá actuarse como si ese conflicto no existiese y como si la violencia fuese sólo de una parte. ¿Cómo pedir de antemano aquello precisamente que es uno de los objetivos fundamentales del hipotético proceso? ¿Por qué no pedir que cesen de antemano también todas las violencias?: la violencia de los estados, la represión constante y que no cesa, las leyes inicuas que ilegalizan a sectores amplios de nuestra sociedad, los juzgados especiales, ejemplo estridente y escandaloso de arbitrariedades sin cuento, las torturas, la violencia cultural, etc. serían condiciones que una parte podría poner si la otra pone las que quiere. Pedir o poner como condición algo que precisamente es objeto del proceso mismo es una insana manía caprichosa, injusta e insensata. Es una petitio principii como la copa de un pino, es poner el carro delante de los bueyes. La verdad, no lo entiendo más que bajo la suposición de que no quieren el proceso. Y eso, lo diga Agamenón o su porquero. Y no quieren la paz, digan lo que digan, porque esta situación les va a todos mejor, les renta a todos muy variados beneficios, menos a aquellos que sufren en su propia carne la situación, de una u otra parte.

Y una última consideración. Si ustedes quieren conseguir los hermosos objetivos de ese proceso tan deseado y que nunca llega, y quieren someter a la voluntad popular lo que hagan, no traten de engañarles ofreciéndoles algo que sea un falso sucedáneo de lo que se debe hacer, no engañen al pueblo con lo que le propongan. Sería terrible, imperdonable. Y perdonen que les diga que de ustedes, los políticos profesionales, nosotros, los ciudadanos tememos siempre lo peor. ¡Nos han escamado tantas veces!

¿Estamos a las puertas de la libertad para este pueblo y de la paz en la justicia, o estamos a las puertas de un fracaso histórico, de un fraude monumental? Ustedes tienen la palabra. Todos ustedes.


Jesús Lezaun, sacerdote
GARA, 29 de septiembre de 2005

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