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África pide socorro [LA VANGUARDIA]

La situación en África es devastadora. Es el continente olvidado y perdido en una pobreza rampante, con epidemias del SIDA que afectan a millones de ciudadanos, gobiernos ineficaces y corruptos, sin infraestructuras y con un crecimiento económico inapreciable.


El primer mundo se llena la boca de solidaridad y de promesas que no llegan a materializarse. Tony Blair ha situado en sus prioridades el dar un impulso espectacular a las ayudas al continente africano. Acaba de reunirse con el presidente Bush para estimular la generosidad de Estados Unidos que dedican cada año un 0.2 por ciento de su producto interior bruto a las ayudas a países pobres.

El próximo julio Tony Blair presidirá la reunión del G-8 compuesta por los países más ricos del mundo. Uno de sus objetivos es fomentar la ayuda a África. Los recientes presidentes americanos han incluido en su agenda una visita por varios países africanos para prometer una ayuda que es insuficiente y que cuando llega se pierde en los laberintos de la ineficacia y la corrupción.

El semanario británico “The Economist” acaba de ofrecer unos datos muy reveladores. Pone en boca de Gordon Brown, el ministro de Finanzas, la necesidad de un nuevo Plan Marshall para África. Pero los críticos de esta alternativa responden diciendo que en los últimos años se ha depositado el equivalente a seis planes Marshall sin que la situación haya mejorado.

La posición norteamericana es que el mejor antídoto para la miseria africana es la instauración de gobiernos honestos, con menos corrupción, menos incompetencia y menos violencia. Con estos gobiernos es difícil elevar el ánimo de los africanos. Las carreteras que se construyen no conducen a ninguna parte mientras que las cuentas suizas de gobernantes africanos van engordándose alarmantemente.

Con dinero solamente los africanos no van a salir del pozo del subdesarrollo y la miseria. Las expectativas de vida se han reducido en diez años en los últimos tiempos. El Sida se extiende sin que la sanidad consiga neutralizar la epidemia. Los muertos de la población activa añaden más improductividad a las economías nacionales. Si las predicciones se cumplen en el año 2015 el número de niños menores de cinco años se reducirá a cinco millones en todo el continente.

África necesita recursos económicos venidos de fuera. Pero precisa sobre todo una inversión en educación y en desarrollo. El primer mundo puede y debe suministrar estas ayudas. Para callar nuestra conciencia pero también para nuestros intereses.

Tony Blair va a proponer la reducción de la deuda externa de esos países y comprometerse a una nueva inversión de cincuenta mil millones de dólares. Estados Unidos se resiste a aceptar este plan. La Europa de los referéndum y de la crisis institucional parece estar más preocupada por el futuro de las instituciones de Bruselas.

La endémica crisis africana no es una cuestión lejana. Los países ricos tienen que tomarse más en serio la rehabilitación humana, política y económica de un continente que envía a cientos de miles de sus hombres y mujeres a abrirse nuevos horizontes en Europa y Estados Unidos.

Una medida imprescindible es permitir que los productos agrícolas africanos no tengan que superar las tarifas americanas o europeas para subvencionar a nuestros agricultores. Decía el presidente Lula de Brasil que si los chinos decidieran tomar una taza de té cada semana el producto interior bruto brasileño daría un salto espectacular.

Si para proteger el café, las hortalizas o los cereales de Estados Unidos y Europa penalizamos los productos que vienen de África o de América Latina no sólo estamos haciendo un mal negocio sino que cometemos una injusticia. Tengo confianza en la decisión de Tony Blair para ayudar a resolver los graves problemas que afectan a África. El resto de países europeos y Estados Unidos tenemos que sumarnos a esa iniciativa.

No sólo con euros o dólares sino con medidas que cambien las estructuras de esos países. Y, por encima de todo, hay que invertir en capital humano. Tanto de los africanos como de los occidentales que podemos ayudarles a que se ayuden ellos mismos.


Lluís Foix
LA VANGUARDIA, 8 de junio de 2005

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