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Los nuevos parientes (EL DIARIO VASCO)

Los distintos tipos de familias han generado nuevos parentescos; algunos aún no tienen nombre. ¿Qué es el padre de una chica respecto del novio de ésta, si conviven pero no están casados? Con el diccionario en la mano, no es su suegro. ¿Hay alguna relación entre una mujer y la actual esposa de quien fue su marido? Siguiendo el modelo tradicional de parentesco, ninguna. Pero tener hijos del mismo hombre (los niños entre sí son hermanastros) crea más relación que la que pueda existir entre primos segundos, y para éstos existen la relación y el término desde muy antiguo. ¿Qué lazos se establecen, en fin, entre un niño adoptado por una lesbiana cuando tenía una pareja distinta de la actual y esta última? No son galimatías. Son tan sólo tres ejemplos de los nuevos parentescos originados por la aparición de modelos familiares distintos del tradicional: relaciones complejas, a veces efímeras, nada institucionalizadas y para las que muchas veces ni siquiera existe nombre. Parentesco elegido En el origen está la crisis de la familia tradicional. Durante siglos, el parentesco, es decir, el conjunto de personas con las que se mantenía relaciones sociales y de solidaridad, se estableció entre quienes compartían una misma sangre, explica Josetxu Martínez Montoya, profesor de Antropología de la Universidad de Deusto. «Pero la modernidad rompió con ello, y ahora el parentesco es algo elegido, construido, lo que nunca antes había pasado». Elegido y temporal. Porque la primera característica de muchos de los parentescos actuales, incluso los que responden al modelo tradicional, es que pueden romperse. Quien hoy es suegro puede dejar de serlo para ser sustituido por otra persona en los afectos y en el nombre. Incluso en algunos países donde el divorcio es mucho más frecuente -el caso de EE UU, donde no es extraño encontrar personas casadas cuatro o más veces, es el más relevante- pueden darse curiosos cruces de relaciones: por ejemplo, mujeres que han sido suegras del mismo varón y ahora tienen nietos con el mismo padre pero sin ninguna vinculación presente con él. Principio indefinido Son también relaciones con principio indeterminado. «En una pareja que se casa, los padres de cada uno pasan a ser suegros desde el mismo día de la boda, y entre ellos son consuegros. En una pareja que convive sin casarse, transcurre un tiempo hasta que se alcanza esa consideración, e incluso el propio nombre de suegro», explica Inés Alberdi, catedrática de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid y autora del libro 'La nueva familia española'. No es sólo un problema de palabras. Las nuevas relaciones de parentesco son más informales. «Con frecuencia, en el caso de una pareja de hecho no se toma conciencia de la relación real hasta que tienen un hijo. Ese día, en el hospital, coinciden los padres de él con los de ella -es habitual que hasta ese momento ni siquiera se conozcan- y se dan cuenta de que hay un vínculo con esa chica con la que su hijo ha tenido un niño, o ese chico que es el padre de su nieto». Un proceso lento, por tanto, porque las familias tardan a veces bastante en reconocer una relación al margen del matrimonio. «Si no lo hacen, ni la tienen en consideración ni le dan nombre», justifica Martínez Montoya. La 'invisibilidad' del parentesco es mayor en muchos casos de parejas homosexuales. Pero, si en estos casos al menos hay un parentesco al que referirse como modelo extraído de la familia tradicional, hay otros en los que ni siquiera es posible hacerlo. Hace unas semanas, en un episodio de la serie de Telecinco 'Los Serrano', el personaje interpretado por Antonio Resines intentaba confirmar por teléfono que su familia iría a una fiesta en honor al ex marido de su esposa. El efecto cómico de la escena estaba en la dificultad de explicar quiénes iban a ir y qué relación tenían con el homenajeado: hijos, ex esposa, ex suegra, hijos del marido de la ex esposa, cuñado de la ex esposa... Relaciones muchas veces no institucionalizadas, pero que existen y que con frecuencia son importantes, al margen de que las personas se lleven bien o mal, algo que por otra parte también sucede en los parentescos tradicionales. Un artículo publicado en la revista religiosa 'Presencia 7' planteaba con claridad un caso concreto de parentescos difusos: «Un niño de familias 'cruzadas' puede tener ante sí un escenario con las siguientes referencias, todas ellas significativas: mi padre, mi madre, la pareja de mi padre, la pareja de mi madre, mis hermanos, mis hermanastros, los hijos previos de la pareja de mi padre, los hijos previos de la pareja de mi madre. Y, entre todos ellos, yo...». Con el modelo tradicional, no tiene parentesco con algunas de esas personas. Y, sin embargo, puede vivir con ellas bajo el mismo techo, lo que sin duda genera unos lazos afectivos. «Cada vez que alguien cita un caso de éstos hay que dar muchas vueltas a las palabras y termina generándose confusión -asegura el filólogo y profesor José María Romera-, pero es lo que pasa con la realidad misma». La confusión se debe, por una parte, a que se ignora si existe de verdad un parentesco, y por otra, a que carece de nombre. «El nombre es una clasificación. El parentesco es una realidad que percibo y por eso lo clasifico. Lo que la cultura no define no existe», dice Martínez Montoya. Cuestión de nombre ¿Qué hacer entonces con esas nuevas relaciones? ¿Institucionalizarlas y darles nombre? Lo primero sólo parecen defenderlo, entre los grupos afectados, los colectivos de homosexuales, quienes plantean su reivindicación del derecho al matrimonio. «Que sea un derecho reconocido para todos, no sólo para una parte de la población», explica Txema Gonzalo, de Hegoak. Alcanzado ese derecho, las relaciones se establecerían y se llamarían como en un matrimonio heterosexual. Pero una parte significativa de la población, la que elige la convivencia sin papeles, no quiere la institucionalización. «La sangre ya no determina las relaciones sociales, y ahora lo que la sociedad produce son personas y no familias. Por eso muchas veces se crean los lazos sobre la base de quién presta los cuidados y la alimentación, y no a partir de la herencia genética, como hasta ahora», dice Martínez Montoya para explicar esa tendencia. Con todo, que un parentesco exista de forma institucional no es indiferente: no hay más que pensar, por ejemplo, en las herencias para comprender los problemas derivados de que legalmente no estén contempladas como tal algunas relaciones. Ampliar el significado En cuanto a los nombres, las vías sólo pueden ser dos: ampliar el significado actual de las palabras, de forma que, por ejemplo, suegro no sea sólo el «padre del marido respecto de la mujer; o de la mujer respecto del marido», como hoy recoge el Diccionario de la Real Academia; y crear términos nuevos. Para Romera, «lo razonable sería lo primero», aunque reconoce que es muy difícil que el lenguaje «pueda referirse a todas las relaciones posibles, porque son muy variables, a veces poco duraderas y además configuran muchos sistemas diferentes». Eso, sin contar que hay términos con fuerte carga peyorativa: Alberdi se refiere expresamente a 'suegro', 'padrastro' y otros. Eso explica que algunas mujeres se refieran a su suegra como «la madre de mi marido», en un intento por evitar esas connotaciones. O que, en ciertos ambientes, empiece a resultar habitual que alguien se refiera a su 'compañera' aunque en puridad sea su mujer. Así, su cuñado será «el hermano de mi compañera», y los parentescos tradicionales se irán diluyendo en un mar de confusión mientras los nuevos lo son tanto que ni siquiera se sabe cómo llamarlos. Por eso, hay partidarios de que se creen palabras que describan los distintos tipos de relaciones -es lo que defiende un miembro de la asociación de gays y lesbianas Gehitu- y otros de no hacerlo, para evitar nuevas discriminaciones. «Yo ni siquiera recuperaría algunos que hoy están en desuso, como bastardo, madrastra o hijo putativo», dice Gonzalo, de Hegoak. Las parejas de homosexuales tienen menos vinculación con las familias En las parejas homosexuales, hay un elemento determinante para conocer de qué forma se establecen las relaciones de cada miembro de la misma con los familiares más directos del otro. «Hay parejas en las que la familia de uno de ellos ni siquiera lo sabe», explica un portavoz de Gehitu, por lo que nadie echa en falta una palabra con la que designar el parentesco que les une. En realidad, ni siquiera saben si algo les vincula. Cuando la relación está asumida por todos, se trasladan los esquemas de las parejas convencionales, explica Txema Gonzalo, de Hegoak. Con todo, en la mayor parte de los casos la relación está bastante limitada. Es habitual, por ejemplo, que al llegar la Navidad cada uno se vaya a pasar esos días con su familia. «Se flexibiliza bastante la relación, en comparación con lo que es un matrimonio», añade Gonzalo. Es algo que la socióloga Inés Alberdi tiene estudiado: «En estas parejas, cada miembro tiene mucha menos vinculación con la familia de origen del otro, de forma que casi no hacen falta palabras para designar a esas personas, por el escaso trato que existe entre ellos». Aquí, la aceptación por una parte y la falta de institucionalización por otra parecen crear barreras difíciles de superar. También pueden generar serios problemas legales. El portavoz de Gehitu da un ejemplo: «Si una lesbiana tiene un hijo adoptado, y ella muere, el niño irá a parar a la abuela, sin que exista la posibilidad de que la pareja de la fallecida, con quien el niño ha podido convivir muchos años, pueda quedárselo». Y es que, con la ley en la mano, la otra mujer no es nada para ese niño. El suyo es un parentesco inexistente. César Coca, Bilbao EL DIARIO VASCO, 14 de julio de 2003
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