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El ejército infantil de los narcos.

Centenares de niños mueren cada año en Río, víctimas de armas de fuego. Los números son escalofriantes. En Río de Janeiro, una ciudad con seis millones de habitantes, han muerto, víctimas de armas de fuego, desde 1987 a 2000 más menores de 18 años que en los conflictos armados en Colombia, Sierra Leona, Yugoslavia, Afganistán, Uganda, Israel y Palestina. En Río, en esos años, fallecieron por heridas de bala 3.937 menores, mientras, por ejemplo, en el conflicto entre Israel y Palestina murieron 467 jóvenes durante el mismo periodo. A estos muchachos que mueren en Río como moscas, fusil o pistola en mano, se les llama niños combatientes. No se les puede calificar de niños soldados, porque sería admitir que Río está en guerra contra los narcotraficantes que dominan las 650 favelas que rodean la bella ciudad carioca como una verdadera corona de espinas. No pocos observadores afirman hoy que en verdad es una guerra, aunque no declarada, ya que el mismo Gobierno admite que los narcotraficantes (aquí apodados simplemente bandidos) están mejor organizados y poseen armas más modernas que la policía y el ejército. Y dictan leyes. Un día sí y otro no, los narcotraficantes obligan a cerrar las tiendas de un barrio entero o escuelas o edificios públicos como represalia porque la policía ha entrado en un favela y ha matado a alguno de ellos. Los datos sobre esas cifras gigantescas de niños y adolescentes que mueren de bala en Río son el resultado de un estudio realizado por el Instituto Superior de Estudios Religiosos (ISER), uno de los más serios del país, con el apoyo de la ONG Viva Río, una de las más activas en la lucha contra la violencia y contra el hambre. La investigación fue coordinada por el antropólogo británico Luke Dowdney y ha sido presentada en el seminario que acaba de celebrarse en Río sobre el tema Niños afectados por la violencia armada organizada, con el apoyo de la Fundación Ford y la Unesco, entre otras organizaciones. Las cifras presentadas al seminario sobre las víctimas infantiles de los narcotraficantes han dejado de manifiesto que el problema que parecía el más sangrante de Río, el de los famosos niños de la calle, no es nada comparado con el número de ellos que caen en manos de los narcotraficantes, que empiezan a usar el fusil o la pistola a los 10 años y que, según los estudios realizados, son los más duros y crueles a la hora de actuar, ya que sienten menos el miedo a morir y disfrutan con la adrenalina de «parecerse a los bandidos más peligrosos». Son ellos quienes en un asalto en plena calle o a un ciudadano parado con su coche en un semáforo no dudan en matarle a bocajarro si no logran lo que desean. Y a veces hasta matan después de haberlo conseguido para demostrar que son fuertes. Muchas de las muertes de estos niños y adolescentes no sólo se producen durante las acciones criminales por ellos perpretradas, sino por los mismos traficantes, que se deshacen de ellos con dos tiros cuando no les funcionan y los entierran en cementerios clandestinos. Pero hay más. Según estudios de varias ONG y del mismo ISER, la impunidad contra quienes acaban con la vida de estos niños y adolescentes armados y criminales es proverbial en este país. Nunca un policía ha sido condenado por haber matado a un menor. Y ha habido jueces que han sostenido que, a fin de cuentas, es un bien que mueran antes de «llegar a ser bandidos adultos». Un verdadero problema son las familias que, a veces, con los padres sin trabajo o ganando un salario mínimo, miran para otro lado cuando uno de sus hijos menores se va con un traficante para ganar diez veces más que ellos. Siro Darlan, uno de los jueces preocupados por la juventud de Río, ha tomado la iniciativa de invitar cada miércoles a un grupo de niños abandonados de la calle. El juez afirma que la mayoría de ellos parecen llegar de un campo de batalla. «Están a veces ciegos, sordos o les falta una mano o un pie». «Me dijeron que ahora los miércoles no necesitan robar ni matar para comer, porque comen aquí conmigo», declara el juez. El problema de fondo es la falta de oportunidades para esos niños sin futuro y sin presente.
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