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Basta ya de TRADICIONES SANGRIENTAS.

La Tauromaquia: el lastre de la cultura Las corridas de toros son un resquicio brutal de otros tiempos, dominados por la violencia entre personas y animales, y en los que la vida -tanto de unos como de otros- tenía muy poco valor. Nacidas como entretenimiento militar, pronto fueron calando en el pueblo llano como forma de desahogo de todas las represiones, frustraciones y liberación de toda la rabia contenida de estos. El animal se convertía así en la víctima propiciatoria, en la manera de purgar toda la vileza y agresividad humanas en su estado más puro. Fernando VII, el más nefasto de nuestros gobernantes, cerró universidades y abrió escuelas de tauromaquia, lo cual ilustra bien la función de las corridas: un pueblo embrutecido es más manejable que un pueblo instruído. A pesar de que en los años 60 y 70 estuvieron a punto de desaparecer, actualmente aún perviven debido a intereses económicos que consiguen el apoyo gubernamental y subvenciones públicas, y que difunden el mensaje de la tradición como única justificación de algo tan anacrónico como cruel... LA TORTURA Las distintas armas utilizadas previo a la muerte del toro, tienen como objetivo debilitarlo, para que el torero pueda matarlo fácilmente. El picador le introduce una puya de 10 cm. de longitud que le hunde en el cuello, aunque realiza movimientos a un lado y a otro para desgarrar y horadar la carne del animal, provocándole intensas hemorragias. Las banderillas, afilados arpones de unos 6 cm. de longitud, que se le clavan en el lomo, tienen la función de "humillarlo", es decir, que agache la cabeza para que el matador pueda introducirle la espada mortal. La muerte del toro es lenta y muy dolorosa, ya que casi nunca muere con la primera estocada. No es infrecuente escuchar que el animal ha recibido más de 10 estocadas. Cuando ni así muere, se recurre a la puntilla, cuchillo que secciona la médula espinal y deja al animal paralizado pero consciente, estado en el que posteriormente entra al desolladero, o sea vivo. Los caballos son la víctima olvidada de las corridas, a pesar del peto en numerosas ocasiones reciben embestidas que les abren las tripas, a menudo se les vuelven a meter los intestinos y se les cose para que vuelvan a salir a la plaza. Por otra parte, es necesario drogarlos y taparles las ojos para que salgan a la plaza, ya que de otra manera el terror que sienten al ver al toro les haría huír. Hay otras prácticas prohibidas pero que se emplean para reducir riesgos al torero, todas ellas desmentidas por los taurinos pero confirmadas por veterinarios: aparte del "afeitado", en el que poco antes de la corrida se le recortan los cuernos, privándole de su única defensa, están las palizas que reciben, generalmente con sacos de arena pero a veces con palos, untar sus ojos con vaselina para menguar su visión, hacerle cortes en las pezuñas y untarlas después con aguarrás... Por otra parte, debido a la mala alimentación a base de piensos compuestos, para complacer a un público que exige toros cada vez más grandes, los toros sufren un exceso de peso que les causa lesiones y les dificulta el movimiento. El toro es un animal herbívoro, y como tal pacífico, sólo a base de castigos y manipulaciones se consigue alterar su ser natural, quedando convertido en un enfermo nervioso que sólo lucha por su vida. En la plaza, el toro lo único que busca es la huída, y sus ataques desesperados son, además de por provocación, por no encontrar una salida. DERIVACIONES DE LA TAUROMAQUIA Las fiestas populares que emplean animales, fundamentalmente toros o vaquillas, constituyen una forma de asegurar el gran negocio de los ganaderos: los llamados "desechos de tienta", animales que no se consideran aptos para corridas, se venden a los pueblos para que celebren sus fiestas. No es de extrañar que éstas aumenten cada año. Los festejos instituídos y legales incluyen: - Toros embolados con fuego (se les coloca un artilugio de metal en los cuernos en los que va una materia inflamable, a la que se prende fuego. El toro, que siente pavor por el fuego, corre despavorido), se "celebran" en muchos pueblos de la Comunidad Valenciana, Aragón, y en Medinaceli (Soria). - Toros acribillados por dardos y banderillas en Coria (Cáceres) - Toros "ensogaos" o enmaromados, en numerosos pueblos de Cádiz, y Benavente (Zamora). Se ata una soga al toro y el pueblo tira de él. - Toros alancenados en Tordesillas (Valladolid) e Hita (Guadalajara). Individuos a pie y a caballo persiguen al toro por el campo armados con lanzas hasta acabar con su vida. Hay otras muchas barbaries ilegales que, a pesar de ser denunciadas cada año, la mayoría de las veces quedan impunes: Vaquillas despeñadas, emborrachadas, apaleadas, atropelladas por tractores, etc. ¿QUÉ PIENSAN LOS ESPAÑOLES? El elevar las corridas de toros al rango de fiesta nacional, es un agravio de máximo gravedad, por no decir un insulto, para la sociedad española. Las corridas de toros no conmemoran la belleza, la inteligencia o la vida, como dicen los taurinos, sino que constituyen un homenaje a la peor crueldad humana, que es hacer del dolor una fiesta. Son numerosas las encuestas que se han realizado para saber la opinión de los ciudadanos. Los resultados varían ligeramente de una a otra, pero siempre los aficionados a la tauromaquia son una exigua minoría. Podemos dar algunos ejemplos: - El 87,4% de españoles son contrarios a que se haga sufrir a los animales en espectáculos, el 82% nunca ha asistido a una corrida, y el 92% piensa que el maltrato animal debe estar penalizado por ley. (Intergallup, 1991). - En otra encuesta del año 1.999, el 86,9% declaraba no tener interés alguno por las corridas, y el 86% nunca había pisado una plaza. Por otra parte, algunos medios de prensa escrita en sus páginas de internet realizan encuestas entre sus lectores, que siempre son ganadas abrumadoramente por los antitaurinos. Las corridas de toros y sus derivaciones no son la fiesta nacional, sino, para la mayoría de los españoles, la vergüenza nacional, y es responsabilidad de todos el actuar para erradicar de una vez esta lacra que pagamos todos y que sólo contribuye a enriquecer a algunos y a embrutecernos a todos, mientras la imagen de España en el exterior se ve seriamente dañada. Por último, es importante hacer notar que la tauromaquia representa un modelo de relación hombre-animal que es precisamente lo que la conciencia ecológica de las nuevas generaciones quiere dejar atrás, para demandar una relación armónica y no violenta del ser humano con el resto de las criaturas del planeta, que es el único camino de evolución que tenemos. EL DINERO Las corridas de toros y todas sus derivaciones -encierros, etc.- nos cuestan miles de millones del dinero de los contribuyentes. Aunque no hay estudios fiables relativos a cuánto dinero se maneja, sí existen algunos datos que, a título de ejemplo, nos puede dar una idea de las cifras globales provenientes del erario público:Según un programa de televisión, a España le cuestan sus festejos taurinos -sin contar las corridas- unos 20.000 millones de pesetas. Algunos datos más, sólo de la Comunidad de Madrid: 9.000 millones, la construcción de la plaza de Vista Alegre, 3.500 millones la de Leganés. Otras similares han sido construidas en Getafe, Torrejón de Ardoz, Móstoles. 30 millones cuesta el mantenimiento de la Escuela de Tauromaquia, financiada a medias por el Ayuntamiento de Madrid y la Comunidad. Esta última donó el año pasado 50 millones en concepto de "ayuda" para celebrar encierros en los pueblos con menos recursos económicos. (ningún pueblo sin fiestas crueles, parece ser la consigna oficial). El ente público Televisión Española pagará este año unos 1.000 millones de pesetas para retransmitir 30 corridas. Los canales privados no retransmitirán corridas por no tener audiencia (según las últimas encuestas, sólo un 13% de los españoles disfruta con las corridas televisadas). En la mayoría de las ciudades españolas, las plazas de toros son deficitarias, y somos los contribuyentes quienes debemos cubrir ese déficit. En muchas ocasiones sólo se consigue público regalando entradas, al INSERSO, a trabajadores de ciertas empresas, o sencillamente a amigos y parientes. Los animales son seres con plena capacidad de sufrir y sentir, razón por la cual deben disfrutar de una serie de derechos básicos (a no ser torturados, a la vida... ) que sólo nuestro egoísmo nos puede empujar a no reconocer, como si fuesen meros recursos u objetos a nuestra disposición. Alternativa para la Liberación Animal. www.liberacionanimal.org Vaquillas. Entre todas las formas de violencia que los humanos ejercemos sobre los demás animales, las más perversas son seguramente las que se llevan a cabo en público, por el carácter de oficialidad que tienen y por contar con el beneplácito e incluso el apoyo explícito de la Administración, la clase política y los medios de comunicación. Mientras en algunos de los eventos en los que se inflige malos tratos a los animales la agresión física resulta evidente, acabando por lo general con la muerte del animal tras una sesión más o menos larga de tortura (corridas de toros), en otros, sin embargo, no se percibe la violencia de manera tan nítida, aunque ésta existe y es en realidad al menos tan devastadora como en los primeros. Estaríamos hablando de las diferentes versiones de encierros, vaquillas y sokamuturras. Se trata de eventos en los que el público participante utiliza a los animales como meros elementos de diversión, acosándoles sin descanso y predisponiéndoles a situaciones de riesgo, que es al fin y al cabo lo que se persigue. Los pobres animales empleados en estas fiestas son hostigados por la masa humana, en un contexto de estrés y angustia máxima para ellos, al no ser capaces de comprender la situación. Algunas mentes simplistas creen que los toros y las vaquillas se divierten durante estos linchamientos psicológicos, cuando en realidad se trata de animales dóciles y huidizos, que lo único que desean es que se les deje en paz, y, en un acto de simple autodefensa, no tienen otra forma de expresarlo que arremetiendo contra los brutos que les agobian. El público que presencia o toma parte en estos deleznables espectáculos no identifica a los animales de manera individual, de tal manera que nunca sabrán que la vaquilla que el pasado año no dio el juego esperado fue rápidamente enviada al matadero o torturada hasta morir como sparring para futuros toreros. Al fin y al cabo, se trata de un simple negocio, y los resultados mandan. Como cabía esperar, no son infrecuentes las situaciones en los que el animal sale mal parado. Las abrasiones en el cuello por los tirones de la cuerda son algo ya familiar para ellos, así como los golpes y resbalones a los que se ven abocados constantemente, o la dolorosa manipulación de las astas, sus defensas naturales. Si ese día tiene la mala suerte de que le toca un público demasiado «efusivo», hasta es probable que sufra alguna rotura en las patas o el cuello, o muera por colapso. Pero no pasa nada, los animales están para eso, para divertirnos y «usarlos» como nos venga en gana. Y cuando no responden a nuestras expectativas, pues los susti- tuimos y se acabó. ¿Y qué decir de las versiones infantiles de estos espectáculos? Resulta desolador observar cómo ya desde niños nos inculcan valores tan contradictorios como acariciar al cachorro de perro y atosigar al cachorro de vaca. Es lógico que, con el paso de los años, estos jóvenes acaben aceptando ambas cosas como normales, sin plantearse que se trata en realidad de una burda forma de discriminación. Se llama especismo, por si no lo sabían. Desde organizaciones como ATEA queremos invitar una vez más a la ciudadanía a poner en práctica un elemental ejercicio de empatía. Sí, a algo tan simple como ponernos en el lugar de los demás, sin importar la especie biológica a la que pertenezcan. Probablemente ésta sea una buena manera de empezar a construir una sociedad de verdad civilizada. Mariasun Heras - Asociación para un trato ético con los animales.
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