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Nuestra vecina la Isla Perejil.

La ocupación británica de Gibraltar en el siglo XVIII y el resurgimiento de Algeciras, ha quitado en estos últimos siglos el protagonismo que histórica y geográficamente debería tener Tarifa en el Estrecho de Gibraltar, que en buena lógica se debía de llamar Estrecho de Tarifa y no de Gibraltar. Este abandono de nuestros intereses locales en el Estrecho nos ha hecho olvidar asuntos importantes que se han producido. Entre ellos el interés mantenido por diversas potencias internacionales por la posesión y dominio de un pequeño islote, vecino de nuestra ciudad y conocido en castellano como Isla Perejil y en árabe por Isla de Taura. SU GEOGRAFÍA. El islote de Perejil, también conocido por Coral, es una masa pétrea desprendida del cercano Yebel Musa, nuestra familiar Abila, el sobresaliente monte rocoso que desde la antigüedad fue considerado como una de las columnas de Hércules, y que vista desde la vecina Ceuta muestra una sorprendente silueta humana, que es conocida como la mujer muerta. Su nombre parece derivar de las grandes matas de perejil que crecían antiguamente en su suelo. Algunos investigadores la han identificado con la isla Ogigia, de que se habla en la Odisea, donde según el poema de Homero, Callipso, la hija de Atlas y de Tethis, amó y retuvo a su héroe Ulises, arrojado a ella por las furias de Neptuno. La isla está situada entre las puntas de Almanza y Leona, a una muía de ambas y a 6 de la plaza de Ceuta. Su forma es triangular y a pesar de su naturaleza pedregosa crecen bastantes arbustos, por contar con una capa de tierra vegetal. Su dimensión es una milla de bojeo, alcanzando en algunos sitios los 74 metros de elevación. Una estrecha separación, más bien un canal de media milla, la separa del continente. La profundidad del agua a sus pies llega a alcanzar de 20 a 30 metros. En la costa Este aparecen dos pequeñas caletas, llamadas la más septentrional del Rey y la más meridional recibe el nombre de la Reina. Cercana a esta caleta aún se perciben restos de una torre y de un aljibe, construcciones realizadas durante la ocupación portuguesa, que poseyeron la isla que desde siempre ha sido parte integrante de Ceuta. La Isla Perejil cuenta con una cueva de suficiente tamaño para albergar en su interior a 200 personas. Entre la isla y la tierra firme, está el fondeadero de Perejil, que puede dar cobijo a pequeñas embarcaciones, que ha sido utilizado tanto por pescadores que en mal tiempo buscaban su protección, como por contrabandistas, que encontraban resguardo ante la belicosidad de los habitantes cercanos. En la actualidad se encuentra deshabitada, sólo ocasionalmente visitada por submarinistas deportivos, que encuentran en sus cercanías una zona adecuada para la práctica de su afición. Su última ocupación fue española, cuyas fuerzas militares se retiraran ya comenzando los años sesenta, dentro del proceso de descolonización de Marruecos. Sus últimos inquilinos, un destacamento de la Compañía de Mar formado por un cabo y cuatro soldados, que dependían de la Capitanía Militar del Norte de África. SU HISTORIA. Lo que verdaderamente interesa de nuestra vecina la Isla Perejil no es su escaso interés geográfico, al que acompana su pequeño tamaño, sino su posición estratégica, equiparable a la que posee la Isla de las Palomas, por lo que desde hace siglos ha sido apetecida por diversas potencias que han querido acrecentar o iniciar su dominio del Estrecho de Gibraltar. Desde 1415 hasta 1581 Ceuta y su zona de influencia que abarcaba Perejil fue portuguesa, pasando a España tras separarse Portugal. Nuestra nación devolvió al país vecino las plazas y dominios lusos, excepto Ceuta, su zona y Perejil. Esta posesión se confirmó en el Tratado Hispanoportugués de 1668. Desde su traspaso a España la Isla Perejil careció de ocupación efectiva, hasta que en 1746 el gobierno español estudió su defensa, y en 1779 el general Orcasitas, a la sazón gobernador de Ceuta, dispuso el reconocimiento militar en ella. Durante la guerra de la Independencia y en el año 1808, por consejo de Inglaterra, España tomó posesión de la isla, con objeto de vigilar desde allí, el paso de las naves napoleónicas por el Estrecho, haciéndose entonces algunos trabajos de defensa y artillándola. Poco tiempo después, arribaron a la isla algunos soldados ingleses de la guarnición de Gibraltar para reforzar las fuerzas de ocupación española, hasta que en 1813 el rey Fernando VII pidió al gobierno de Inglaterra la evacuación de sus soldados, cosa que consiguió, quedando sólo nuestra guarnición unos años más, hasta que se dio orden que se retirase a la plaza de Ceuta, decisión motivada por razones económicas. Pero poco antes del comienzo de la guerra de la Independencia, Inglaterra había levado a la isla cien infantes y algunos artilleros provenientes de Gibraltar. España reclamó contra semejante intromisión y los ingleses hubieron de abandonar su presa. Se publicó una Real Orden del presidente de la Junta de Gobierno, para que los ministros de la Guerra y Marina preparasen una expedición para recuperar la isla en aquella ocasión. Aún desocupada, la isla seguía siendo un atractivo, por ello no es extraño que en el año 1836 los Estados Unidos trataran de entablar negociaciones para que se les permitiese el establecimiento de una estación carbonera en tan codiciado islote. Sus pretensiones fueron abandonadas ante la negativa de Inglaterra a que la nueva potencia emergente pudiera tener influencia en el Estrecho de Gibraltar. Quedó desguarnecida y deshabitada, sin volverse más a hablar de ella hasta el año 1848, en que algunos indígenas de la kabila de Anyera, llevaron a cabo actos de hostigamiento contra la plaza de Ceuta, lo que motivó que el gobierno español presidido por Narváez, entablase una enérgica reclamación ante el sultán, exigiendo una rectificación de las fronteras. La decisión española aconseja al sultán Muley Abderrahaman a aceptar una extensión del dominio español hasta Jadú. La reacción del gobierno inglés no se hizo esperar, y al no reconocer los nuevos derechos españoles sobre la isla Perejil, trató de ocuparla con fuerzas de la guarnición de Gibraltar. Alertado el gobierno español de los propósitos ingleses, mandó que un batallón del regimiento de Ceuta ocupara la isla. Tras una nueva reclamación, los ingleses terminaron por reconocer los derechos de España sobre el polémico islote. Pero las pretensiones inglesas no habían finalizado y ante la inminencia de la guerra entre España y Marruecos de 1859, el gobierno británico le comunica al presidente del gobierno español O'donelI: no ocupar ningún punto en el Estrecho, en referencia directa a la Isla Perejil, cuya posesión diera a España una superioridad peligrosa para la navegación. Nada nuevo ocurrió en el cercano peñasco, hasta el año 1887, en que en uso de la soberanía reconocida a España, el gobierno español intentó establecer un faro en la Isla, a fin de aminorar los peligros de la navegación. El Ministerio de Fomento envió a la Isla Perejil una comisión en el vapor Katti, que tras estudiar el mejor emplazamiento, colocó para determinarlo unos piquetes de hierro con los colores de la insignia española. Esto dio lugar a que se alborotasen las autoridades marroquíes de Tánger y reclamasen ante el representante español en aquella zona, que autorizó a que fuesen arrancados por los propios delegados del gobierno marroquí aquellos signos que España había colocado, con lo que se entendía que se renunciaba a los derechos sobre la Isla Perejil. Por aquellos años fueron los ingleses los que quisieron colocar una estación carbonera, cosa que no lograron, aunque sí consiguen que el sultán les autorice a sacar piedra de la isla, para construir los diques y muelles de Gibraltar. En el año 1894 se propaló el rumor de que Marruecos había cedido a Inglaterra la Isla Perejil, mediante ciertas condiciones, lo que fue rápidamente negado por el representante del sultán. No obstante, la opinión pública se alarmó extraordinariamente, desde el Senado y el Congreso se llamó la atención del presidente del gobierno español, Mateo Sagasta, quien negó también los rumores que en la prensa habían salido. El tema de la Isla Perejil seguía permanente en la política interior y exterior española, como muestra de ello, comentar como en los años 1887 y 1888 y posteriormente Groizard en 1894, hablaron de los solemnes derechos que España tenía sobre la isla, derechos que también aparecieron en la Guía General Marítima, publicada por el entonces Ministerio de Marina. El tratado hispanofrancés de 1912, que delimita la zona del Protectorado español de Marruecos, no hace referencia alguna a Perejil, pero tras la formalización del protectorado, la Isla Perejil pasó a plena ocupación española, sin ninguna objección inglesa, estando ocupada militarmente hasta principio de los años sesenta como ante hemos indicado. La historia no está concluida. Ya en periodo reciente en los preparativos del Estatuto de Autonomía de la ciudad de Ceuta, se consideró que la Isla Perejil pertenecía a la zona española. Sin embargo la redacción definitiva del estatuto no contempla explícitamente esta pertenencia. Wenceslao Segura González. BIBLIOGRAFÍA (1) GONZÁLEZ JIMÉNEZ, E., El Túnel del Estrecho de Gibraltar, 1943. (2) HISPANUS, El Estrecho de Gribraltar; Editora Nacional, 1963. (3) Enciclopedia Universal Ilustrada Europa América, vol. 73, Espasa calpe, 1989. El falso contencioso de la isla del Perejil. MARÍA ROSA DE MADARIAGA María Rosa Madariaga es historiadora, autora de «España y el Rif, crónica de una historia casi olvidada» y de «Los moros que trajo Franco... La intervención de tropas coloniales en la guerra civil». En toda la prensa del viernes 12 de julio aparecía en primera plana la noticia del día: un destacamento de gendarmes marroquíes había ocupado el islote del Perejil, situado cerca de Ceuta. Radios y televisiones dedicaron también amplios espacios a la noticia. Alarma, indignación, ¿casus belli con Marruecos? La mayoría de los lectores, que nunca en su vida habrían oído hablar de semejante islote, tratarían de ver en el mapa que reproducían los diarios su ubicación geográfica exacta. Está situado a 200 metros de las costas marroquíes, dentro de las aguas territoriales de Marruecos, a 40 km de Tánger, 14 km de España y 8 km de Ceuta, y tiene una superficie de 13,5 hectáreas, es decir, 135.000 metros cuadrados. Se encuentra deshabitado, aunque es frecuentado regularmente por pescadores y pastores marroquíes de cabras, que residen en el cercano yebel Musa. ¿A quién pertenece la isla? Para unos, sin duda, a España; para otros la cosa no está tan clara, y por ello vamos a hacer un breve repaso histórico. Lo primero de todo, de los autores de los siglos XIX y XX que han dedicado obras al tema de Marruecos, son muy pocos los que hacen referencia a la isla del Perejil. En el curso de la guerra franco-británica, siendo todavía España aliada de Napoleón, Inglaterra la ocupó temporalmente en 1808 con el objeto de ejercer presión sobre Ceuta, que también fue sometida a bloqueo naval por los ingleses. La Gazeta de Madrid daba así cuenta del hecho: «El 28 de marzo, un destacamento de 300 hombres de la guarnición de Gibraltar se posesionó de la isla del Perejil, que pertenece al emperador de Marruecos...» (Carlos Posac Mon, El preludio de la guerra de independencia en el área gibraltareña, Cuadernos del Archivo Municipal de Ceuta, 1997). Inglaterra, que la había ocupado con el beneplácito del sultán, a quien había pedido previamente permiso, sólo se retiró cuando le vino en gana, pese a las protestas de España, que también ambicionaba posesionarse de ella. En el siglo XIX hubo diversos intentos fallidos de ocupación del islote por España. Tras la ocupación de las islas Chafarinas en 1848, durante el Gobierno del general Narváez, España proyectó apoderarse de la isla del Perejil, pero chocó con la oposición de Inglaterra. En su obra La cuestión de Marruecos desde el punto de vista español (1905), Gabriel Maura Gamazo nos dice a este respecto: «...no conseguimos por la hostilidad de Inglaterra adquirir también la isla del Perejil. Este suceso debió servirnos de lección; no podríamos lograr nada en Marruecos mientras no garantizásemos a Inglaterra la neutralidad del estrecho de Gibraltar, o por lo menos nuestra neutralidad en el Estrecho respecto de ella». De nuevo hubo en 1887 otro intento fallido de ocupación de la isla por España, al que el marqués de Mulhacén (Política Mediterránea de España 1704-1951, Madrid, 1952) se refiere como al «desgraciado incidente de la isla del Perejil». Oposición, pues, de Inglaterra, por un lado, a la ocupación del islote por España, pero también, por otro, de los propios marroquíes, como indica en otro lugar de la misma obra Gabriel Maura en relación con el intento fallido de 1887: «Una comisión española realizó en la isla del Perejil trabajos encaminados a la construcción de un faro, amojonando el terreno que a tal objeto se destinó con estacas, en que se veían los colores nacionales; enterados los moros de Tánger, desbarataron nuestra obra, derribando las estacas. La prensa española, que no tuvo nunca tacto para tratar las cuestiones internacionales, elevó el incidente a la categoría de agresión a nuestro honor, partiendo del hecho falso, pero que el público aceptó como indiscutible, que la isla era propiedad española». Tomás García Figueras (Marruecos. La acción de España en el norte de África, 1941) nos da, por su parte, cuenta del incidente en los terminos siguientes: «España, entretanto, daba un mal paso enviando una comisión para que hiciera estudios en la isla del Perejil; el sultán de Marruecos protestó de que se hiciera esto en su territorio sin previo acuerdo con la autoridad, y lo más grave del asunto fue que se puso de relieve una supina ignorancia en los medios directores de la política española, ya que habíamos enviado esa comisión en la creencia errónea de que la isla nos pertenecía». Hemos repasado cuidadosamente todos los tratados entre España y Marruecos o entre otras potencias en relación con Marruecos (Tratados, Convenios y Acuerdos referentes a Marruecos, 1917), desde el firmado el 1º de marzo de 1799 al de 29 de diciembre de 1916, sin que hayamos encontrado la menor alusión al islote. Los relativos a la ampliación de los límites de Ceuta, como el de Tetuán, el 29 de abril de 1860, después de la guerra de 1859-1860, no lo mencionan. Otros, ya en el siglo XX, como el convenio franco-marroquí del 30 de marzo de 1912, por el que se establecía el Protectorado de Francia en Marruecos, y el convenio hispano-francés del 27 de noviembre del mismo año, por el que Francia reconocía a España una zona de influencia en el norte de Marruecos, no hacen tampoco referencia. Cabe deducir, por ello, que España no llegó nunca a ejercer sobre el mismo derechos de soberanía, y que, aunque no se le menciona, formaba parte de lo que constituía a partir de 1912 la zona del Protectorado español. En este sentido es revelador que en la isla del Perejil nunca se hayan construido fortificaciones, en conformidad con el artículo 7 de la declaración franco-inglesa del 8 de abril de 1904 y el artículo 14 del convenio hispano-francés del 3 de octubre del mismo año, los cuales estipulaban que, para asegurar el libre paso del estrecho de Gibraltar, ambos gobiernos (el francés y el español) convenían en no permitir que se levantasen fortificaciones u obras estratégicas en la costa marroquí comprendida entre Melilla y las alturas que dominan la orilla derecha del Sebú, ya en la parte atlántica. Esta disposición, impuesta por Inglaterra, la recoge de nuevo el artículo 6 del convenio hispano-francés del 27 de noviembre de 1912 antes mencionado, si bien no se aplicaba a las plazas de soberanía española de la costa marroquí, es decir, Ceuta y Melilla, las islas Chafarinas, y los dos peñones, el de Vélez de la Gomera y el de Alhucemas. Tomás García Figueras, ideólogo del africanismo militarista en la etapa franquista, establecía una distinción neta entre lo que son plazas españolas de soberanía y el Protectorado. Así, en su obra citada anteriormente decía: «... España poseía en el norte de África, con pleno derecho de soberanía, Ceuta, Melilla, el Peñón de Vélez de la Gomera, el Peñón de Alhucemas y las islas Chafarinas. Esta posesión lo era por derecho de conquista, y esos territorios son tan españoles como los de la metrópoli; en ellos el sultán carece de toda autoridad. Las plazas de Ceuta y Melilla tenían, y tienen, un campo exterior, también de soberanía, cuyos límites con Marruecos han sido fijados por tratados. Conviene, pues, distinguir bien, para evitar confusiones que con tanta y tan lamentable frecuencia ha sufrido España, entre lo que son territorios de soberanía, sobre los que España ejerce un completo dominio sin limitación de ninguna clase, y el resto de su zona de Protectorado, donde todos sus actos lo son en nombre del jalifa, que ejerce su autoridad igual a la del sultán, y donde la acción protectora está ejercida dentro de los límites que nos marcan los acuerdos internacionales». Resulta evidente que la isla del Perejil no formaba parte de las plazas de soberanía, sino del Protectorado, de manera que cuando Marruecos obtuvo la independencia en 1956 el islote pasaría a formar parte del nuevo Estado independiente. Aunque no se nos oculta que los aspectos políticos del asunto dificultan que se lo examine con espíritu objetivo e imparcial, lo que interesa subrayar aquí es que el contencioso entre España y Marruecos carece de base histórica en que sustentarse y, por lo tanto, no tiene razón de existir.
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