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Los milagros de San Balón.

El pasado día tres de Junio comenzó el campeonato mundial de fútbol para el equipo italiano. Jugó contra Ecuador. Ganó por dos a cero. Un partido -dicen los entendidos- con una primera parte buena, y la segunda más bien mediocre. A pesar de ello, las calles se despoblaron, y no digamos muchísimos lugares de trabajo. Se pusieron maxipantallas en algunas plazas y fábricas. Se suspendieron horarios de trabajo o se alargaron pausas de mediodía. Se calcula que hubo unos diecinueve millones de telespectadores (por ser en pleno día laboral, no está mal). El telediario de las ocho media de la noche dedicó al partido veinte de los treinta minutos que suele durar. Se vio cómo la gente se había reunido en masa en bares y plazas. Los parlamentarios se refugiaron en sus casas o en el bar del Parlamento. Los periodistas entrevistaron a representantes de los principales partidos políticos, tanto del gobierno como de la oposición, pidiéndoles un parecer y un pronóstico (¡por una vez, estaban todos de acuerdo!); e incluso a algunos sacerdotes y prelados (si bien aquí llaman fácilmente "prelado" o "monseñor" a cualquiera) que trabajan en el Vaticano. El director del "Corriere" (el periódico más leído en Italia) nos acompañó buena parte del noticiario, comentando con profundidad el hecho. Un parlamentario ruso, que junto con otros de la Duma (Parlamento de Moscú) estaban de visita, a un cierto momento tuvo la delicadeza de comunicar al Presidente del Parlamento italiano que les acompañaba, que Italia acababa de marcar el primer gol. Etc. Yo me decía a mí mismo: Si esto es el principio, ¿qué sucederá al final, si ganamos la copa? Una cosa es cierta: la gente (mucha gente) durante unas horas no habla de los problemas sociales que se están debatiendo estos días entre el gobierno, empresarios y sindicatos; se olvida de que el Euro está royendo implacablemente nuestros salarios e hincha sin piedad los precios; uno deja de lado sus problemas conyugales y familiares, otro no piensa que está parado... Los enemigos de ayer pasan hoy a ser amigos, y viceversa. Aquel país, que ignorábamos o despreciábamos, se nos vuelve simpático porque ha ganado a nuestro adversario (futbolístico). Saltan las barreras económicas, raciales y continentales... ¡Milagros inauditos del poder ecuménico de San Balón! Un santo con devotos y cofradías por millones; amores, odios y rencores que suben y bajan, cambian de trinchera, con la rapidez de la pelota... Sueldos, premios y "primas" que, si no se tratara de "mi" equipo o "mi" jugador, nos harían poner el grito en el cielo y nos rasgaríamos las vestiduras, pomposamente airados ante la "injusticia" de quien gana sueldos desorbitados en poco tiempo y por el simple hecho de pegar patadas a una esfera de cuero... ¿Quién se acuerda ya de lo que sucede en Palestina y del peligro de atentados en lugares públicos, también entre nosotros, que nos tuvo en vilo durante los últimos meses? Comprendo que es una válvula de escape que no deja de tener una función social, y que en otros países está sucediendo tres cuartos de lo mismo, si no más, durante estas semanas. Baste pensar que el día cuatro, llamado "Asian Day" porque jugaban China, Corea y Japón, se calcula que mil millones siguieron los partidos por radio o televisión. Pequín, Seul y Tokio parecía estar bajo toque de queda. Incluso el régimen comunista de Corea del Norte suspendió la prohibición de escuchar la radio "enemiga". Pero, no sé por qué me imagino que el buen Dios, desde su gloria, estará contemplando a unos y a otros, jugadores y espectadores, amigos y enemigos "reconciliados" ante un balón. Dejará para otro momento más oportuno sus pronunciamientos, no sea que se fuera a quedar sin público, incluido buena parte del eclesiástico...; y, sonriendo y frunciendo el ceño al mismo tiempo, estará murmurando entre dientes, sin alzar demasiado el tono de voz para no suscitar reacciones desconsideradas: "Hijos míos, de acuerdo...; pero, con perdón, ¿no estaréis exagerando un poco?". Arrivederci! J. Rovira, cmf.
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